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sábado, 5 de septiembre de 2015

Cueva de Cera

Enserio ha pasado un tiempo desde la ultima actualización del blog, y enserio lo lamento, pero bueno, ha sido un año ocupado, y apenas vamos por poco mas de la mitad. Pero el blog nunca ha estado abandonado, siempre estoy pensando cosas que poner, pero no me da tiempo y cuando tengo... pues lo uso en otras cosas la verdad, y lo siento.

El fic de Arnold sigue en pie, de hecho mas que nunca, tal vez en otra entrada próxima explique por que estoy tan emocionado a este respecto

pero hoy traigo un cuento que escribe y que es muy distinto a lo que hago normalmente, un poco mas "oscuro" por darle una etiqueta aunque no creo que sea oscuro realmente.

si vieron las películas de "Macario" o "The book of Life" sin duda notaran un poco que es un cuento con influencia de cierta escena, pero en una interpretación muy personal. Espero les guste






Cueva de Cera

Se encontraba caminando hace casi una semana; esta demás decir, que estaba perdido.
La serie de desafortunados incidentes que lo hicieron terminar en esa situación, le eran tan confusa como increíble, por más que trataba de explicárselo, apenas eran un triste recuerdo borroso tras otro… Un auto… fuego… herida…muchas hojas ramas y rocas… y luego solo caminar, seguir caminando, hasta llegar donde ahora se encontraba.

Le dolía una pierna, pensaba que tal vez se la había roto, pero aun podía caminar así que lo descarto, sin embargo cada día se hinchaba más, caso contrario de su vientre, ya que no había probado bocado. El miedo se iba apoderando de él, poco a poco, con la misma hambre voraz con la que el habría comido cualquier cosa que le pusieran enfrente.
La noche se acercaba, la quinta noche que caería dormido sin tener la más remota idea de donde estaba. La temperatura estaba bajando a niveles árticos, él habría preferido pasar la noche en el infierno que pasarla de nuevo en ese desierto helado… soltó una risa aguda y sínica, morir de frio en un desierto. Parecía irónico y cruel.

La luna de medianoche iluminaba el paisaje, que salvo dos o tres matorrales seguía siendo lo mismo de siempre; Tierra seca, estéril con apenas  vida sobre ella. Por las noches salían algunos insectos y animales pequeños, el habría dado todo por comerse uno, pero atraparlos era difícil, y cada vez tenía menos energía. Miro a la luna antes de echarse al suelo y quedarse dormido y por primera vez vio la figura del conejo en la luna, había escuchado algunas leyendas Nahuatl sobre ese conejo, y llego a preguntarse que tendieran de ciertas. Y mientras divagaba en esos pensamientos, en algún lugar no tan lejos de él, se escuchó el aullido de un coyote, potente y melancólico… “Tal vez sea por el conejo que los coyotes aúllan a la luna” pensó “quieren cazarlo, pero está totalmente fuera de su alcance”… el aullido sonó más fuerte y más cerca…

Volteo bruscamente a su derecha y lo vio, el coyote se postraba justo a su lado. Era el más grande que había visto en su vida (aunque siendo honestos no había visto muchos), sentado media casi metro y medio de alto, de no ser imposible, incluso habría dicho que era un lobo. Su pelaje era de un marrón oscuro, pero que bajo la luz de la luna se notaba casi plateado. Y lo miraba fijamente a los ojos… Volvió a aullar, y el sonido se metió hasta los más profundo de su alma produciéndole el mayor escalofrió de su vida. Acto seguido el coyote se levantó y comenzó a caminar alejándose algunos metros, se detuvo y volvió a aullar. De alguna forma el comprendió que quería que lo siguiera, y sin saber de dónde saco las fuerzas para hacerlo, se irguió y lo siguió. El coyote volvió a caminar y lo guió.

 Conforme caminaban, parecía que la luz de la luna se hacía cada vez más débil, pero el coyote no se hacía menos visible, casi como si su pelaje brillara en la oscuridad con una luz platinada. Sin saber cuánto tiempo había caminado, eventualmente llego a una elevación donde se encontraba una gran formación rocosa que se alzaba en vertical por varios metros, y a su base se encontraba la entrada a una cueva, por la cual entro el coyote.

Siguiendo su impulso, el entro también, ahí ya no pudo ver al animal que lo guió, pero en su lugar había una luz distinta a la que emanaba el coyote, era una luz amarillenta casi dorada, que parecía se hacía más intensa al adentrarse en la cueva. Al inicio el camino era estrecho y apenas podía caminar por él, pero conforme avanza se hacía más espacioso, y se podía apreciar mejor la forma de la cueva. No había estado en una antes, pero era justo como se las había imaginado, abovedada y llena de estalactitas y estalagmitas.

Pero había algo raro en esas formaciones, alguna vez había escuchado que eran blancas como el mármol, pero estas eran de un blanco amarillento, como cera derretida. Y al acercarse a algunas comprobó que si era cera el material del que estaban hechas, cera derretida que se había acumulado al caer, y formaba estructuraras de forma símil a las que hacían las cuevas “normales”. Este descubrimiento lo asusto, pero el mismo impulso que le hizo entrar le obligo a seguir adelante.

Mientras más se adentraba, más fuerte era la luz que provenía de las profundidades de la cueva, y más fácil se podía notar que las sombras que provocaba la luz, bailoteaban de forma desordenada, pronto se dio cuenta de por qué, el fondo de la cueva era una enorme galería, más grande de lo que siquiera parecía posible, y estaba completamente cubierta por velas, velas de distintos tamaños cuya flama danzaba lentamente impulsada por una ligera briza, que solo dios sabría de dónde provenía.

La luz que las velas producían era cálida y reconfortante, y lentamente dejaba caer la cera por sus costados, de manera apenas perceptible, pero el conjunto de las miles, tal vez millones de velas que se encontraban ahí producía un torrente de cera que corría y se perdía en las grietas de la cueva, y que al filtrarse debía producir esas estalactitas y estalagmitas. En cierta forma era lo más bello que había visto, y también lo más aterrador. Se acercó aún más a una vela que parecía nueva, aun erguida y sin deformar, y larga como la de un candelabro de esas casas antiguas y lujosas, se quedó observando la flama que salía de la ligera mecha que era el corazón de la vela, casi hipnotizado por su lenta danza.
Ahí dentro de la vela pudo observar imágenes fugases de un bebe, jugueteando en su cuna para quedarse dormido solo un momento después

Las visiones de la vela lo asustaron y retrocedió rápidamente dándose la vuelta, y quedo justo enfrente de otra vela, pero esta estaba casi extinta, la mecha ya no tenía más de unos cuantos milímetros, y su llama era diminuta. Esa vela también la observo y vio en ella, a un hombre de muy avanzada edad, en una cama de hospital y con un soporte vital conectado a él, a su lado, un hombre y una mujer de mediana edad le sujetaban la mano, y parecían estarle diciendo algo.

No le costó descubrir que eran aquellas velas, y saberlo le dio un temor terrible, quiso volver por donde había llegado, pero el lugar era enorme, y ya había perdido de vista la entrada.

En su desesperación por encontrar la salida, fue de un lado a otro, y fue entonces que noto que no estaba solo. Lo primero que vio fueron sus ojos, brillaban entre las sombras que se producían por un costado que sobresalía en un muro de la cueva, eran blanquecinos, y profundos, como los de un hombre ciego, pero claramente lo estaban mirando. Al ver más de cerca, vio que aquellos ojos pertenecían a un anciano, muy muy viejo, cuyas arrugas contaban la historia de una vida más larga que la de cualquiera de esas velas, iba descalzo y encima solo llevaba un viejo sarape de colores apagados y un sombrero de paja viejo y raído, apoyaba sus manos en un bastón de madera que parecía tallado del árbol más nudoso que se pudo encontrar.

El anciano pastor no dijo nada, pero lentamente camino y le hizo señas, para que lo siguiera. Lo hizo

Lo condujo hasta otro grupo de velas,  donde una en especial le llamo la atención estaba por la mitad, pero su llama estaba casi extinta, parecía que la mecha estaba dañada en ese punto, y pronto se apagaría. Volteo a ver al anciano, y este le devolvió una triste mirada, y una sonrisa de consuelo. Sabiendo lo que iba a encontrar miro de todas formas la flama, y vio un accidente de auto en medio de un desierto abandonado, el auto le resulto conocido, también el conducto, cuyo rostro veía todos los días en el espejo.


No quiso ver más, ya sabía lo que tenía que saber, y estaba cansado se sentó justo delante de su vela, y comenzó a quedarse dormido mientras veía el rostro del anciano, cuya identidad ahora ya sabía. A su vez el viejo pastor le devolvía la mira. Esa mirada de ojos blanquecino que fue lo último que vio antes de quedarse dormido… La vela se apagó.

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